La Guerra Civil arruinó el patrimonio escultórico local, que, aunque de escasa entidad, contó con varias imágenes, alguna tan devota como la de Jesús de la Expiración, que, al decir de Ramírez y de las Casas-Dezas, era muy venerada por las gentes de la comarca.

La Comisaría de Regiones Devastadas, al entregar la iglesia nueva por los años cincuenta, dejó en ella dos retablos. De éstos, el del presbiterio se desmontó a raíz de la reforma litúrgica emanada del Concilio Vaticano II. El que queda, se trata de un altar de gusto neoclásico, similar al que preside la iglesia de La Granjuela y que, como éste, parece fruto de una remodelación en la que se han integrado elementos procedentes de retablos antiguos, tales como las columnas de orden compuesto que flanquean la hornacina que alberga la efigie de la Inmaculada, advocación mariana ala que está dedicado el templo.

Las imágenes son de producción seriada, con excepción del candelero de la Virgen de los Dolores, que es obra de los años cincuenta de este siglo  y de escaso interés.